Oscar de Bueno (Buenos Aires 1961)
“El arte precolombino, la escultura celta, como las piezas arqueológicas de las culturas andinas. . ., son referentes formales pero fundamentalmente semánticos en la obra de Oscar de Bueno.
La arqueología nos coloca ante un tiempo arcano que sigue siendo. Hurgar en los restos materiales que la tierra esconde en sus entrañas, para descubrir el alma, el espíritu del hombre, de la historia en los signos, en las marcas, es revelar los lazos que une la piedra, el barro, el hierro con el cielo.
Por eso la obra escultórica de de Bueno es construcción, es ensamble de materiales naturales, de objetos, de antiguas herramientas ensambladas y pre-configuradas por él en un único y nuevo objeto.
Fragmentos naturales como las maderas duras que resisten la inclemencia de la intemperie como el quebracho de antiguos durmientes del ferrocarril, con aquellos materiales transformados por la mano del hombre, por la cultura como una antigua reja de arado, se combinan y se metamorfosean en cruz y costillar en la Cruz del Cóndor.
La escultura de de Bueno tiene independiente del tamaño de la pieza, carácter monumental. Rosalind Krauss señala que “La lógica de la escultura es inseparable, en principio, de la lógica del monumento. En virtud de esa lógica, una escultura es una representación conmemorativa”.
Es en este sentido que la obra impone su presencia sacra, su acentuado verticalismo.
Pero su unión a los modelos del arte religioso de los pueblos prehispánicos, no implica una vuelta al pasado de una religiosidad abandonada, sino una mirada develadora de una condición humana amenazada, no ya por el espanto de los dioses que personifican las fuerzas de la naturaleza, sino ante la amenaza de muerte que ha sido generada por nuestra misma cultura. . .
. . . A diferencia de lo que llamamos arte, y fue en su momento monumento u objeto religioso y por lo tanto discurso oficial, la obra de Oscar es una poética personal que construye con el ensamble de materiales un sentido sacro que más que precepto es una reflexión sobre la pervivencia de valores aún en nuestra efímera existencia. . .
. . .Los tonos naturales, el óxido, las texturas y las irregularidades que han quedado en las superficies construyen signos que también tienen historia, como la cruz, los círculos mandálicos que han atravesado distintas culturas manifestando pensamientos en todas las cosmogonías. . .
. . .La obra de Oscar bucea en los modelos de una cultura mítica, concebida bajo un tiempo cíclico como la de los pueblos precolombinos en la que el espanto, la muerte y el horror se ensamblaban con el renacer de la naturaleza y su ciclo vital.
Una concepción en la que el antropocentrismo occidental ha sido desplazado por la conciencia del poder de la naturaleza, en su brutal materialidad como en la potencia espiritual de su energía.
Una versión posmoderna si se quiere, donde lo diferente se funde pero no en un bricolaje de materiales tecnológicos que connotan en nihilismo de la cultura posmoderna de los países centrales sino como los dos términos de un movimiento dialéctico entre la cultura y la naturaleza, y que rememoran y conmemoran nuestro espíritu de lucha, de resguardo de valores frente a una historia que transita entre el horror, el espanto como entre la voluntad de construcción y la esperanza. . .
. . . Un arte que no es simple revival del arte precolombino, pero que tiene sus raíces en nuestra realidad latinoamericana primigenia y actual.”
Por Adriana Laurenzi
“El arte precolombino, la escultura celta, como las piezas arqueológicas de las culturas andinas. . ., son referentes formales pero fundamentalmente semánticos en la obra de Oscar de Bueno.
La arqueología nos coloca ante un tiempo arcano que sigue siendo. Hurgar en los restos materiales que la tierra esconde en sus entrañas, para descubrir el alma, el espíritu del hombre, de la historia en los signos, en las marcas, es revelar los lazos que une la piedra, el barro, el hierro con el cielo.
Por eso la obra escultórica de de Bueno es construcción, es ensamble de materiales naturales, de objetos, de antiguas herramientas ensambladas y pre-configuradas por él en un único y nuevo objeto.
Fragmentos naturales como las maderas duras que resisten la inclemencia de la intemperie como el quebracho de antiguos durmientes del ferrocarril, con aquellos materiales transformados por la mano del hombre, por la cultura como una antigua reja de arado, se combinan y se metamorfosean en cruz y costillar en la Cruz del Cóndor.
La escultura de de Bueno tiene independiente del tamaño de la pieza, carácter monumental. Rosalind Krauss señala que “La lógica de la escultura es inseparable, en principio, de la lógica del monumento. En virtud de esa lógica, una escultura es una representación conmemorativa”.
Es en este sentido que la obra impone su presencia sacra, su acentuado verticalismo.
Pero su unión a los modelos del arte religioso de los pueblos prehispánicos, no implica una vuelta al pasado de una religiosidad abandonada, sino una mirada develadora de una condición humana amenazada, no ya por el espanto de los dioses que personifican las fuerzas de la naturaleza, sino ante la amenaza de muerte que ha sido generada por nuestra misma cultura. . .
. . . A diferencia de lo que llamamos arte, y fue en su momento monumento u objeto religioso y por lo tanto discurso oficial, la obra de Oscar es una poética personal que construye con el ensamble de materiales un sentido sacro que más que precepto es una reflexión sobre la pervivencia de valores aún en nuestra efímera existencia. . .
. . .Los tonos naturales, el óxido, las texturas y las irregularidades que han quedado en las superficies construyen signos que también tienen historia, como la cruz, los círculos mandálicos que han atravesado distintas culturas manifestando pensamientos en todas las cosmogonías. . .
. . .La obra de Oscar bucea en los modelos de una cultura mítica, concebida bajo un tiempo cíclico como la de los pueblos precolombinos en la que el espanto, la muerte y el horror se ensamblaban con el renacer de la naturaleza y su ciclo vital.
Una concepción en la que el antropocentrismo occidental ha sido desplazado por la conciencia del poder de la naturaleza, en su brutal materialidad como en la potencia espiritual de su energía.
Una versión posmoderna si se quiere, donde lo diferente se funde pero no en un bricolaje de materiales tecnológicos que connotan en nihilismo de la cultura posmoderna de los países centrales sino como los dos términos de un movimiento dialéctico entre la cultura y la naturaleza, y que rememoran y conmemoran nuestro espíritu de lucha, de resguardo de valores frente a una historia que transita entre el horror, el espanto como entre la voluntad de construcción y la esperanza. . .
. . . Un arte que no es simple revival del arte precolombino, pero que tiene sus raíces en nuestra realidad latinoamericana primigenia y actual.”
Por Adriana Laurenzi